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Foto Extraída de enrimann.wordpress.com |
Había un pescador que recorría todos los días una larga distancia y desde ya hace muchos años para ir a tirar sus redes a una playa.
Era como su segunda casa, pues en ella se pasaba desde antes de que saliese el sol hasta que se volvía a poner. La conocía con tanta exactitud que cuando llegaba no le hacía falta luz para ponerse a trabajar.
Según llegaba, lo primero que hacía era estirar las redes en la arena para después poder tirarla.
Solía empezar siempre por el mismo sitio de la playa hasta recorrerla entera y así volver a empezar de nuevo.
Se metía hasta pasadas las rodillas, pues allí es donde se encontraban los bancos de peces.
Empezó a introducirse en el mar cuando algo le hizo tropezar y cayó de bruces sobre las olas. Intentó apartar lo que pensaba que era una piedra. Al volver a ponerse en faena le volvió a pasar lo mismo. Ya enfadado sumergió su mano hasta el fondo, y allí encontró una bolsa con piedras en su interior.
- ¡Estos malditos turistas! se dijo.
Empezó a tirar las piedras bien lejos para que no le molestasen, con tal enojo que casi no veía donde habían caído.
Prosiguió su trabajo con una metodología impoluta, tanto que casi lo podía hacer con los ojos cerrados.
Al cabo de un rato otra vez se volvió a tropezar con otra bolsa. Su enfado era mayúsculo, así que con una rabia inusitada rompió la bolsa y empezó a maldecir a quien las había tirado mientras lanzaba las piedras. Cuando ya había tirado todas menos una salieron los primeros rayos de luz. Aquellos le dejaron ver un reflejo dorado en la piedra negra que tenía en la mano. Curioso empezó a frotar con sus manos aquella piedra hasta limpiarla. Asombrado se dio cuenta que en sus manos tenía una piedra de oro. Y volvió a maldecir, pero esta vez a él , pues había tirado al mar una gran fortuna.
Al cabo de un rato se dio cuenta que por lo menos le quedaba una, y que aún así sería una gran fortuna para un humilde pescador.
Hay veces que no importa tener mucho, sino ser feliz con lo que se tiene o se consigue, porque ya se sabe que la avaricia rompe el saco.
Día 93. Año 0.
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